martes, 20 de mayo de 2014

¡Bien ahí, Alexis!

De "La democracia en América". Impresionante.

“Si trato de imaginar bajo qué nuevos rasgos podrá  aparecer el despotismo en el mundo, veo una muchedumbre innumerable de hombres parecidos o iguales, los cuales giran sin cesar sobre ellos mismos para procurarse placeres pequeños y vulgares con que llenar su alma.  Cada uno de ellos, apartado de los demás, es extraño a su destino; sus hijos y sus amigos constituyen, para él, toda la especie humana; está cerca de sus conciudadanos y de sus vecinos, pero no repara en ellos; los roza sin sentirlos; no existe más que en sí mismo y para sí, y si todavía le queda una familia, puede decirse que ya no tiene patria.
“Por encima de esa masa se alza un poder inmenso y  tutelar que se encarga en exclusiva de garantizar los goces de todo y controlar su destino.  Es absoluto, detallado, regular, previsor y suave.  Se parecería a la autoridad paterna si, como ésta, tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad adulta, pero en realidad lo que hace es mantenerlos irrevocablemente en la niñez; le gusta que los ciudadanos lo pasen bien con tal de que no piensen en otras cosas.  Se interesa de buen grado en su bienestar con tal de ser el único agente y árbitro del mismo.  Mira por su seguridad, garantiza y cubre sus necesidades, facilita sus placeres, dirige sus principales asuntos, impulsa su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias y, si pudiera, les quitaría por completo la molestia de pensar y vivir.  
“De esta forma se hace cada vez menos útil y más raro el uso del libre arbitrio, se encierra  a la voluntad en un ámbito cada vez más pequeño y se arrebata poco a poco a cada ciudadano su propia personalidad.  La igualdad ha ido preparando al hombre para todo esto; les ha preparado para que lo soporten y hasta para que lo miren como algo beneficioso.
“Después de poner así en sus poderosas manos el destino de cada individuo, modelándolo a su gusto, el soberano abarca con sus  brazos a la sociedad entera, la cubre con una red de reglas complicadas, minuciosas y uniformes a través de la cual hasta los espíritus más originales y las almas más  fuertes son incapaces de abrirse paso para destacarse de la masa.  No quebranta sus voluntades,  pero las reblandece, las pliega y las dirige; no suele forzar a la acción, pero se opone sin cesar a quien actúa; no destruye, impide construir; no tiraniza,  pero incordia, comprime, enerva, apaga, embrutece, y convierte, en fin a cada nación en un rebaño de ovejas tímidas y trabajadoras cuyo pastor es el Estado. He pensado siempre que esta clase de servidumbre, organizada, suave y apacible, cuya descripción acabo de hacer, puede combinarse mucho más de lo que se imagina con algunas de las formas exteriores de la libertad y que no es imposible que se establezca a la sombra de la soberanía del pueblo.
“Nuestros contemporáneos se ven constantemente minados por dos pasiones opuestas: sienten al mismo tiempo la necesidad de ser conducidos y el deseo de permanecer libres.  Al no poder destruir ninguno de estos dos instintos contradictorios, se esfuerzan por satisfacerlos simultáneamente y, por eso, imaginan un poder único, tutelar, omnipotente, pero elegido  por ellos mismos.  Eso les hace respirar más tranquilos.  Se consuelan de estar bajo tutela pensando que han escogido a sus tutores.  Cada cual soporta que le encadenen  porque no es un hombre ni una clase quien tiene en sus manos la cadena, sino el mismo pueblo soberano.
“En este sistema, los ciudadanos abandonan por un momento su servidumbre para escoger su amo y vuelven luego a ella.
“Hay, en nuestros días, muchas personas que se adaptan fácilmente a esta especie de compromiso entre el despotismo administrativo y la  soberanía del pueblo; piensan haber garantizado la libertad de los individuos cuando, de hecho, la han puesto en manos del poder central”.